Capítulo I
DON DE POCOS
Mediodía del 13 de diciembre de 2096
Planeta Tierra
Mediterráneo occidental
Me llamo Sena Suni Samu. Lo de Sena me lo pusieron por el río que cruza París, y Suni y Samu son apellidos absurdos que se inventó alguien del Gabinete de Asuntos Espaciales cuando decidieron crearme. Pues nunca conocí a mi madre biológica, y menos aún a mi padre.
Algún otro, de ese Gabinete, se encaprichó en hacerme alta, rubia y con ojos azules. Y por decisión de quién sabe quién, mi coeficiente de inteligencia es superior a 250, y me adapto con toda facilidad a cualquier cambio de presión, de temperatura, de gravedad y de composición atmosférica; poseo el pleno control de mi envejecimiento celular y soy inmune a todas las enfermedades conocidas. Además, mi cuerpo es atlético y bien proporcionado, sin necesidad de ejercitarlo físicamente. Y cuento con un largo etcétera de sanas costumbres y buenas cualidades. Pero considero que ser así no tiene mérito, porque manipularon mis genes antes de concebirme.
Así pues, gracias a mi naturaleza excepcional, me he convertido en una de las mejores y más condecoradas astronautas de la Academia de Astronáutica. Entre mis muchas hazañas, soy famosa por haber nacido en la Estación Espacial Internacional, y por poseer el record de permanencia en dicho lugar. También he estado en la Base lunar en muchas ocasiones. Pero desde el comienzo de mi carrera he aspirado a más. Sueño con ir a Marte algún día.
En la actualidad, disfruto de un descanso en mi residencia habitual en el Cosmic-Sea, una plataforma flotante, parecida a un portaaviones, que navega por los mares de todo el mundo, y en la que se ubica la Sede de la Academia de Astronáutica y del Ministerio Mundial de Asuntos Espaciales. Aquí es donde residimos los astronautas veteranos entre una misión y otra, y los estudiantes que desean ser como nosotros.
Vivo sola en un amplio camarote ubicado en la planta más alta de la zona de babor, y me relaciono poco con mis compañeros, porque me da la sensación de que todos me envidian. De hecho, hoy cumplo veinticinco años y, por ahora, nadie me ha felicitado.
Así que, como parece ser que no me echan en falta, y aunque hoy ya he dormido mis cuatro horas y estoy más fresca que una rosa, voy a quedarme todo el día metida en mi cápsula-cama. Durante un cuarto de siglo me he levantado puntualmente todos los días (más de 9100 días, que se dice pronto).
Será una experiencia inolvidable, ya que pocas veces tengo la oportunidad de estar a solas con mis pensamientos. Siempre estoy haciendo todo aquello que me ordenan. Me tratan como una máquina de las antiguas, de las que carecían de sentimientos. Ya estoy harta de todo eso. Así que, definitivamente, no voy a mover un músculo. Cerraré los ojos y soñaré y soñaré..., soñaré despierta.
Pero intuyo que estoy a punto de incumplir lo que me he propuesto. Porque el transmisor holográfico se acaba de encender de manera automática, y la proyección tridimensional, a tamaño natural, de la imagen de un hombre vestido con un traje militar de color azul marino cargado de insignias honoríficas, se ha colocado en medio de mi compartimiento.
—¡Felicidades, Sena!
Al escuchar esa voz no me he podido resistir y abro un ojo y después el otro, y al final la boca.
—¡Coronel Augusto!
Levanto la tapa de mi cápsula-cama y, dando un brinco, me sitúo junto a la imagen proyectada de mi inesperado visitante.
El Coronel Augusto tiene unos treinta años más que yo. Es alto y robusto y, aún siendo un hombre comprensivo y muy tolerante, su sola presencia (aunque sea a través de vídeo-conferencia) siempre me causa un gran respeto.
—¡Se ha acordado usted de mi cumpleaños!
—Por supuesto, Sena. Y es más: tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo? A mí nunca me hacen regalos.
—Pues éste te va a parecer que vale por mil.
—¿Dónde está ese regalo?, ¿no lo veo?
—No es algo que se pueda tocar, al menos por ahora.
—¿Qué quiere decir con: “por ahora”?
—Bueno, en realidad es un regalo a medias.
—¿Ve? Ya le he dicho que a mí nunca me regalan nada. Y ahora que parecía que iba a ser que sí, será sólo medio regalo.
—Es un regalo a medias porque está implícito en aquello para lo que te hemos preparado durante toda la vida, e incluso ya antes de venir al mundo.
—¿Es lo que me imagino?
—Seguro que sí, Sena.
Tanta emoción me ha dejado paralizada, con los ojos desorbitados y sin parpadear.
—¿Qué te pasa? ¿Pensabas en otro tipo de regalo?
—Perdóneme por lo que voy a hacer, Coronel, pero si no lo hago reviento.
Voy corriendo hacia la ventana y la abro con ímpetu de par en par. Y con los brazos en cruz y los ojos cerrados, doy un grito inacabable, para que el mundo entero se entere de mi inmensa alegría.
El Coronel Augusto me mira angustiado. Seguro que si él estuviera in situ junto a mí, me hubiese impedido exteriorizar así mis emociones; ya que cualquier instructor de la Academia consideraría mi reacción como impropia en una astronauta tan estrictamente adiestrada. Pero él, a medida que observa la evolución de la escena, acaba riéndose satisfecho, y se le saltan algunas lágrimas.
—Ja, ja, ja... Eres un caso sin remedio, Sena.
—Una de las peores cosas que uno puede hacer es reprimir sus sentimientos, Coronel —le digo, y regreso junto a él.
—No me has preguntado todavía por el motivo de tu viaje.
—Sea cual sea, lo asumiré con tal de ir allí.
—¿Aunque pongas en riesgo tu vida?
—¡Aún así!
—Pues, si todo va bien, vas a ser muy, pero que muy famosa. Tu misión consistirá en ser la primera mujer que dará a luz en Marte.
—¿Qué?
—¿Acaso estás disconforme?
—No, claro que no, Coronel. Si el Ministerio lo ha decidido así, entonces no tengo nada que objetar. Es que me están llegando todas las sorpresas juntas.
—Al principio, los componentes del Comité, por prudencia, te rechazaron entre las candidatas, ya que eran conscientes de la crisis anti-embarazo por la que pasaste durante tu preparación.
—Ya la he superado, Coronel.
—Lo sé. Por eso interpelé a tu favor.
—Después de Marte, mi mayor ilusión es ser madre. Y ahora voy a realizar los dos sueños a la vez.
—Quedan sólo cinco días para que comience el viaje. Mañana mismo partirás hacia la Base de Groenlandia, donde te está esperando el compañero que se te ha asignado; y del que puedes consultar su imagen y su biografía en Mewga (1).
Al despedirse de mí, el Coronel Augusto me felicita por triplicado: por mi cumpleaños, por el cometido en mi próxima misión, y por ser siempre tan expresiva y espontánea.
* * *
Mediodía del 13 de diciembre de 2096
Planeta Tierra
Mediterráneo occidental
Me llamo Sena Suni Samu. Lo de Sena me lo pusieron por el río que cruza París, y Suni y Samu son apellidos absurdos que se inventó alguien del Gabinete de Asuntos Espaciales cuando decidieron crearme. Pues nunca conocí a mi madre biológica, y menos aún a mi padre.
Algún otro, de ese Gabinete, se encaprichó en hacerme alta, rubia y con ojos azules. Y por decisión de quién sabe quién, mi coeficiente de inteligencia es superior a 250, y me adapto con toda facilidad a cualquier cambio de presión, de temperatura, de gravedad y de composición atmosférica; poseo el pleno control de mi envejecimiento celular y soy inmune a todas las enfermedades conocidas. Además, mi cuerpo es atlético y bien proporcionado, sin necesidad de ejercitarlo físicamente. Y cuento con un largo etcétera de sanas costumbres y buenas cualidades. Pero considero que ser así no tiene mérito, porque manipularon mis genes antes de concebirme.
Así pues, gracias a mi naturaleza excepcional, me he convertido en una de las mejores y más condecoradas astronautas de la Academia de Astronáutica. Entre mis muchas hazañas, soy famosa por haber nacido en la Estación Espacial Internacional, y por poseer el record de permanencia en dicho lugar. También he estado en la Base lunar en muchas ocasiones. Pero desde el comienzo de mi carrera he aspirado a más. Sueño con ir a Marte algún día.
En la actualidad, disfruto de un descanso en mi residencia habitual en el Cosmic-Sea, una plataforma flotante, parecida a un portaaviones, que navega por los mares de todo el mundo, y en la que se ubica la Sede de la Academia de Astronáutica y del Ministerio Mundial de Asuntos Espaciales. Aquí es donde residimos los astronautas veteranos entre una misión y otra, y los estudiantes que desean ser como nosotros.
Vivo sola en un amplio camarote ubicado en la planta más alta de la zona de babor, y me relaciono poco con mis compañeros, porque me da la sensación de que todos me envidian. De hecho, hoy cumplo veinticinco años y, por ahora, nadie me ha felicitado.
Así que, como parece ser que no me echan en falta, y aunque hoy ya he dormido mis cuatro horas y estoy más fresca que una rosa, voy a quedarme todo el día metida en mi cápsula-cama. Durante un cuarto de siglo me he levantado puntualmente todos los días (más de 9100 días, que se dice pronto).
Será una experiencia inolvidable, ya que pocas veces tengo la oportunidad de estar a solas con mis pensamientos. Siempre estoy haciendo todo aquello que me ordenan. Me tratan como una máquina de las antiguas, de las que carecían de sentimientos. Ya estoy harta de todo eso. Así que, definitivamente, no voy a mover un músculo. Cerraré los ojos y soñaré y soñaré..., soñaré despierta.
Pero intuyo que estoy a punto de incumplir lo que me he propuesto. Porque el transmisor holográfico se acaba de encender de manera automática, y la proyección tridimensional, a tamaño natural, de la imagen de un hombre vestido con un traje militar de color azul marino cargado de insignias honoríficas, se ha colocado en medio de mi compartimiento.
—¡Felicidades, Sena!
Al escuchar esa voz no me he podido resistir y abro un ojo y después el otro, y al final la boca.
—¡Coronel Augusto!
Levanto la tapa de mi cápsula-cama y, dando un brinco, me sitúo junto a la imagen proyectada de mi inesperado visitante.
El Coronel Augusto tiene unos treinta años más que yo. Es alto y robusto y, aún siendo un hombre comprensivo y muy tolerante, su sola presencia (aunque sea a través de vídeo-conferencia) siempre me causa un gran respeto.
—¡Se ha acordado usted de mi cumpleaños!
—Por supuesto, Sena. Y es más: tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo? A mí nunca me hacen regalos.
—Pues éste te va a parecer que vale por mil.
—¿Dónde está ese regalo?, ¿no lo veo?
—No es algo que se pueda tocar, al menos por ahora.
—¿Qué quiere decir con: “por ahora”?
—Bueno, en realidad es un regalo a medias.
—¿Ve? Ya le he dicho que a mí nunca me regalan nada. Y ahora que parecía que iba a ser que sí, será sólo medio regalo.
—Es un regalo a medias porque está implícito en aquello para lo que te hemos preparado durante toda la vida, e incluso ya antes de venir al mundo.
—¿Es lo que me imagino?
—Seguro que sí, Sena.
Tanta emoción me ha dejado paralizada, con los ojos desorbitados y sin parpadear.
—¿Qué te pasa? ¿Pensabas en otro tipo de regalo?
—Perdóneme por lo que voy a hacer, Coronel, pero si no lo hago reviento.
Voy corriendo hacia la ventana y la abro con ímpetu de par en par. Y con los brazos en cruz y los ojos cerrados, doy un grito inacabable, para que el mundo entero se entere de mi inmensa alegría.
El Coronel Augusto me mira angustiado. Seguro que si él estuviera in situ junto a mí, me hubiese impedido exteriorizar así mis emociones; ya que cualquier instructor de la Academia consideraría mi reacción como impropia en una astronauta tan estrictamente adiestrada. Pero él, a medida que observa la evolución de la escena, acaba riéndose satisfecho, y se le saltan algunas lágrimas.
—Ja, ja, ja... Eres un caso sin remedio, Sena.
—Una de las peores cosas que uno puede hacer es reprimir sus sentimientos, Coronel —le digo, y regreso junto a él.
—No me has preguntado todavía por el motivo de tu viaje.
—Sea cual sea, lo asumiré con tal de ir allí.
—¿Aunque pongas en riesgo tu vida?
—¡Aún así!
—Pues, si todo va bien, vas a ser muy, pero que muy famosa. Tu misión consistirá en ser la primera mujer que dará a luz en Marte.
—¿Qué?
—¿Acaso estás disconforme?
—No, claro que no, Coronel. Si el Ministerio lo ha decidido así, entonces no tengo nada que objetar. Es que me están llegando todas las sorpresas juntas.
—Al principio, los componentes del Comité, por prudencia, te rechazaron entre las candidatas, ya que eran conscientes de la crisis anti-embarazo por la que pasaste durante tu preparación.
—Ya la he superado, Coronel.
—Lo sé. Por eso interpelé a tu favor.
—Después de Marte, mi mayor ilusión es ser madre. Y ahora voy a realizar los dos sueños a la vez.
—Quedan sólo cinco días para que comience el viaje. Mañana mismo partirás hacia la Base de Groenlandia, donde te está esperando el compañero que se te ha asignado; y del que puedes consultar su imagen y su biografía en Mewga (1).
Al despedirse de mí, el Coronel Augusto me felicita por triplicado: por mi cumpleaños, por el cometido en mi próxima misión, y por ser siempre tan expresiva y espontánea.
* * *
En la fecha en la que debo trasladarme a la Base de Groenlandia, el Cosmic-Sea viaja por el mar Mediterráneo en dirección al Océano Atlántico, muy cerca del Estrecho de Gibraltar.
Generalmente, sólo necesito dormir tres o cuatro horas, pero esta noche casi no he podido pegar ojo, a causa del nerviosismo, y porque me acosté tarde consultando los datos y las imágenes de mi nuevo compañero a través de Mewga. Y lógicamente, mis sueños hoy, aunque breves pero intensos, han sido bitemáticos: Marte y mi nuevo compañero; más sobre Marte y mi compañero; y más aún sobre Marte y sobre Elio Roy, que así se llama mi pareja, un joven de mi edad, moreno y muy guapo, y que cuenta con un currículum vitae admirable, siendo su especialidad la biología.
No he dispuesto equipaje, sólo llevo un collar micro-transmisor como de costumbre, porque a donde voy no me faltará de nada, ya que todos los integrantes de la Academia de Astronáutica tenemos siempre nuestras necesidades básicas cubiertas, estemos donde estemos.
Al salir de mi camarote, varios colegas se despiden tímidamente de mí desde cierta distancia agitando los brazos, cuando estoy subiendo a uno de los muchos vehículos solares monoplaza que los residentes tenemos a nuestra disposición, en cualquiera de los aparcamientos del Cosmic-Sea.
En una de las plataformas del helipuerto sé que me espera un anticuado y voluminoso hidrohelicóptero supersónico, de los que aún funcionan con hidrógeno (cuando lo normal ahora es utilizar la antigravedad lumínica). Es un modelo WX50 del año 2055, con su característica cabina vidriada en forma esférica y el fuselaje triangular. Su piloto es un sesentón regordete, llamado Tutu, un descendiente de los Inuit (2), un pueblo bastante expoliado y diezmado por algunos infames representantes de la civilización occidental, que se han apropiado de las riquezas naturales de sus tierras; sobre todo del petróleo y del gas natural.
Tutu ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, para no ser un excluido entre la cultura imperante. Gracias a esto pudo entrar a trabajar en la Academia de Astronáutica. Pero aún habiéndose adecuado a las circunstancias, conserva todos los rasgos de su raza, y es conocido como un hombre sencillo y afable.
Él, que ya ha sido informado de mi misión, está orgulloso de mí, porque me conoce casi desde que nací, y siempre me ha considerado como a una sobrinita. Y es que, en el fondo, siente lástima por todos los jóvenes de la Academia que hemos sido diseñados a medida y estamos privados de padres y de familia.
Tutu me ve llegar sonriente, iluminada por el sol abrasador del invierno mediterráneo, vestida con mi uniforme naranja de gala y unas gafas azules estereoscópicas. Él está de pie junto a la rampa del hidrohelicóptero, vestido con un mono de plástico transpirable, también naranja, y una gorra de idéntico color, en la que destaca el símbolo de la Academia, que son tres alas doradas colocadas en abanico sobre una espiral de estrellas.
Estaciono mi vehículo sin prisas a pocos metros del hidrohelicóptero y, con paso firme, voy hacia el piloto, y a sólo un metro de él me quito las gafas y le sonrío. Levanto la mano derecha con el puño cerrado y Tutu me imita. Y ambos rozamos nuestros nudillos con suavidad en un acto condicionado; ya que éste es un saludo usual entre la gente del mundillo de la astronáutica.
—Tú, Sena, siempre tan elegante —me dice Tutu con su apacible voz, y mostrando una amplísima sonrisa que le marca aún más sus ya de por sí amplios pómulos—. ¡Si existen los marcianos, los vas a enamorar a todos!
—Gracias, Tutu —le respondo, y me acerco a él y le doy un beso en la mejilla—. A ti para tu edad no te falta atractivo. Si supieras lo que mis compañeras comentan sobre ti.
—No me digas que las jovencitas aún se fijan en este carcamal —dice Tutu, dejando ver sus brillantes y pequeños ojos, antes ocultos entre sus párpados rasgados.
—Si no fuera porque no me lo permiten, te pediría que te vinieses conmigo a Marte.
Tutu frunce el ceño, juntando sus pobladas cejas.
—No me lo digas dos veces, que firmo donde sea para convertirme en un marciano (3) —me dice Tutu, mientras me guiña y saca el pecho, estirándose hacia abajo de la tela de la pechera. Y a continuación suelta una estrepitosa carcajada.
Me río de las carantoñas de mi amigo el inuit y comienzo a subir por la rampa. Él levanta los hombros y se cala la gorra tirando de la visera, para luego echar a andar rampa arriba con paso sereno.
Me dirijo a la cabina de pilotaje y me siento en el lugar del copiloto. Tutu se sienta a mi lado, me mira y vuelve a guiñarme, ahora a través de unas gafas grandes de color caramelo. Yo le sonrío, mientras me abrocho los cinturones de seguridad. Después miro hacia la amplísima línea que el mar dibuja en el horizonte frente a nosotros, y recuerdo cómo esa misma línea, que desde aquí parece recta, desde la Estación Espacial se ve como una curva muy pronunciada; y desde más lejos aún se acababa transformando en una circunferencia que envuelve a todo el planeta.
El hidrohelicóptero se va elevando despacio, generando un vistoso remolino verde azulado, ascendiendo cinco mil metros en vertical. Y mientras sube, podemos apreciar al Cosmic-Sea como un rectángulo casi perfecto a escasas millas de Gibraltar, una pequeña península que va camino de convertirse en una isla, debido al acelerado ascenso del nivel del mar motivado por el deshielo de los Polos.
—¿Ya te despediste de tus compañeros, Sena?
—En la Academia no acostumbramos a despedirnos cuando partimos hacia el Espacio.
—Malas costumbres son esas. Yo siempre que voy a iniciar un vuelo me despido de mi familia —dice Tutu inocentemente, olvidando por un momento mi extrema sensibilidad por la cuestión familiar—. ¡Discúlpame! ¡Lo he dicho sin querer! Aunque creo que para quienes carecéis de familia, los auténticos amigos deberían ser tan importantes como ésta, y a veces más.
—En la Academia existen muchas rivalidades, y nadie tiene verdaderos amigos.
—No me lo puedo creer. Crecéis juntos, vivís juntos, proyectáis vuestro futuro juntos... ¿y nunca llegáis a ser amigos?
—Si llamo a mis compañeras para decirles que he sido yo la elegida para ser la mamá marciana, me odiarán toda la vida.
—¿Tú las envidias cada vez que ellas se marchan a cumplir una misión?
—De ningún modo.
—Entonces puede que estés equivocada, Sena. Si no se lo dices, nunca sabrás si se alegran o no.
Me quedo meditativa, recostada en mi sillón. Y al cabo de un rato, agacho la cabeza para ver el mar a través del suelo acristalado de la cabina.
—Qué pocas zonas verdes se aprecian desde esta altura —comento.
—Irlanda se ve de color ceniza desde cualquier altitud —puntualiza Tutu—. Pero Irlanda no es un caso único. Conozco todo el planeta desde el aire, y sé con exactitud cuáles son todas las zonas verdes que quedan —remarca Tutu, y levanta la mano izquierda y me enseña la palma con los dedos completamente estirados.
Comprendo lo que me quiere decir mi amigo, al enseñarme sólo los cinco dedos: quiere darme a entender que los lugares donde se conserva algo de zona verde en la superficie del planeta pueden contarse con los dedos de una mano.
Comentando esta desgraciada realidad, volamos ya sobre Islandia; y entonces destaco otra tragedia:
—Si queda muy poco verde en algunos sitios, del mismo modo queda poco hielo en otros. Sólo veo unas cuantas manchas blancas sobre Islandia.
—Eso pasa en Islandia, en Groenlandia... y en las cimas de las montañas más altas de todo el mundo.
—¿Por qué los seres humanos hemos estado tan ciegos, como para dejar que nuestro planeta llegue a este grado de deterioro irreversible?
—¿Tu crees, Sena, que la ceguera origina esa devastación? Si fuese por ceguera, convendría saber de qué tipo de ceguera se trata.
—¡De una ceguera total! —exclamo con rotundidad.
—Una vez un humilde y viejo chamán me hizo comprender que dentro de la ceguera total existen categorías.
—¡No entiendo! ¿Cómo que categorías?
—¿Alguna vez te has preguntado si hay diferencia entre una persona ciega que no ve nada y otra que ve algo, siendo ambas completamente ciegas?
—Si la ceguera es total, no hay diferencia. Ninguno ve nada y punto.
—Pues, según mi amigo el chamán, existen notables diferencias. Imagina a una persona que una vez veía y que se queda ciega. Esa persona lo único que ve es oscuridad o claridad, dependiendo de su lesión. En cambio, un ciego de nacimiento no ve nada de nada, porque no conoce ni lo que es la luz ni lo que es la oscuridad. Carece de referencias.
—Yo añadiría una tercera posibilidad: la del ciego que aunque le implanten los ojos más sofisticados del mundo jamás llegará a ver nada, porque el mal lo tiene arraigado en lo más profundo de su cerebro.
—¿Y si le cambian el cerebro?
—¿Y de quién se lo pondrían? ¿De otro igual que él?
—Cuando vea a mi viejo amigo el sabio chamán, le preguntaré por una solución a tu propuesta.
—Los viejos sabios generalmente siempre obtienen respuesta para un desafío así. Lo malo es que nadie les hace caso.
* * *
Terminando Tutu de contar la anécdota de los dos ciegos, el hidrohelicóptero comienza el descenso hacia la Base Ártica, que está situada en la Groenlandia del Norte, a varios cientos de kilómetros de la antigua Base Aérea Norteamericana de Thule, cerca del Polo Norte Geomagnético, y que fue construida aquí por las analogías que presenta este terreno con el inhóspito Marte. Fue inaugurada diez años antes que su gemela la Base marciana de Jovis, y desde entonces ha estado operativa sin interrupción, con una población que oscila entre cincuenta y sesenta personas (4).
Ambas Bases son idénticas en cuanto a distribución, dotación y funcionamiento. Algo que fue planeado así expresamente para facilitar el entrenamiento de los aspirantes a marcianos. Y sólo se diferencian excepcionalmente en detalles propios de cada planeta. Hasta la personalidad de los individuos que ocupan puestos homólogos ha sido estudiada para que sean similares.
Y además, en las dos Bases hay Rampa de Lanzamiento de cohetes; lo cual, en el caso de la Base de Groenlandia, es una ventaja, ya que posibilita que los despegues sean más respetuosos con el medio ambiente de la Tierra, por encontrarse ésta muy cerca del Polo Norte, una de las aperturas naturales de la atmósfera.
El hidrohelicóptero de Tutu aterriza en una de las tres plataformas circulares de la Base, la cual desciende en vertical a través de un tubo, engullendo al aparato. Se cierra la compuerta exterior y el helicóptero es desplazado hacia un compartimiento adyacente (que en Marte cumple la función de sala de presurización y despresurización), y el aparato y su carga son desinfectados con ozono, antes de que se abra la compuerta que da al hangar, ya en el interior de la Base.
Yo salgo primero, entusiasmada y sonriente. Pero me desilusiono al ver que nadie me está esperando. Tutu baja con mucha calma, quitándole importancia a la triste acogida:
—Seguro que están enterados de que llegas hoy, pero en un lugar como éste todo el mundo está siempre muy ocupado.
—Ni siquiera la directora de la Base ha venido a recibirme.
—No te preocupes. Te acompañaré a tu módulo-dormitorio.
—No hace falta. Conozco bien la situación de los módulos. Ya he venido aquí otras veces.
Tutu, exhibiendo una sonrisa aduladora, se quita las gafas color caramelo y me mira fijamente a los ojos.
—De acuerdo. Yo lo decía para estar contigo un rato más. No sé si volveremos a vernos. Viajar a Marte no es como ir de excursión a la Luna.
—Pero podremos seguir en contacto.
—¿De veras? Cuando llegues allí, con tu pareja, y enfrascada en tu misión, te olvidarás pronto de tu viejo tío Tutu.
—¡No digas eso! —exclamo, y pongo mis manos en los hombros de Tutu, y le doy un largo y sonoro beso en la mejilla—. Tranquilo, que algún día nos volveremos a ver.
—Yo siempre he querido lo mejor para ti. Pero ahora mis deseos se multiplican. Y aunque no nos volvamos a ver nunca más, soy muy feliz sólo de saber que vas a poder realizar tus sueños.
—Gracias, Tutu.
Abrazo a mi tío, y me mantengo abrazada a él durante varios minutos, con los ojos cerrados y repletos de lágrimas. Tutu no se puede contener, y suelta unas cuantas de sus características y descompuestas carcajadas siseantes:
—¡Jas, jas, jas! No llores, niña mía, no llores.
Con mucha pena, dejo a Tutu al pie del hidrohelicóptero y empiezo a caminar hacia la entrada del pasadizo que comunica con el interior de la Base, sin dejar de mirar a mi amigo que, subiendo por la rampa, se despide de mí con la mano.
* * *
CONTINÚA.
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(1) Mewga: Sistema computerizado cuántico, múltiple e interactivo, aglutinador de todos los conocimientos universales, a la vez que coordinador de la mayoría de sistemas informáticos y electromecánicos mundiales.
(2) Los Inuit son los mal llamados “Esquimales”, ya que esa es una palabra poco afortunada, porque el término “esquimal” deriva de “eskimau”, un término aportado por los algonquinos (pueblo que habita al norte de Alaska) que significa: "el que come carne cruda", y no todos los inuits están conformes con que se les denomine así. El auténtico significado de “inuit” es: “hombre verdadero”.
(3) En la Academia de Astronáutica también llaman “marcianos” a los astronautas que viven en la Base marciana.
(4) Además de esta Base, situada en la región de Jovis, en Marte existen otras bases, pero son más anticuadas, y ya sólo se utilizan como lugares de tránsito y refugio temporal para los astronautas, en sus diversas expediciones por la superficie.
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